El fútbol se ha convertido en un deporte muy popular en Estados Unidos y en todos lados es común ver al menos un campo donde niños y adultos lo practican.
Sin embargo, hay entusiastas de este deporte que se resisten disfrutan jugar un partido en canchas de la era moderna y prefieren aquellas rústicas, sin pastos, pero llevas de piedra, cal y mucho polvo.
“Nos sentimos bien jugando acá, pues nos acostumbramos a saber el pique que da la pelota y todo”, dice Francisco Valladares, un jugador amateur de futbol.
“Estamos todavía en el tiempo de los Picapiedras”, continuó Valladares entre risas, refiriéndose a un programa de caricaturas de la década de los 60.
En esas canchas poco importa que las porterías estén pintadas de óxido y no de color blanco y que las líneas de banda solo la vean los jugadores en su mente. Es una forma de practicar el fútbol, muy diferente a los campos limpios y renovados.
“Es amor al fútbol, es la pasión que llevamos dentro. Solo ves una pelota, una cancha y ahí está todo”, dice un jugador amateur de futbol.
Pero, quizás la razón más válida por la que muchos jugadores se niegan a jugar el fútbol de otra manera es los recuerdos que a ellos les trae. Muchos señalan que el polvo de la superficie es mágico porque los transporta a su infancia.
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“Nos recuerda que, habían 10 y el dueño de la pelota jugaba, aunque fuera malo”, recuerda Jorge Zapata. “Eso me hace recordar aquí esta tierra”.